Desde no hace mucho me di cuenta que somos nuestros peores enemigos. No solo poeticamente, pero realmente nos ponemos en contra de nosotros mismos, como un país se pone en contra de otro cuando estan en guerra.
Y en nuestro caso, la guerra va por dentro. Muy adentro nuestro sabemos que nos estamos autosaboteando, pero no es hasta que nos preguntamos "como llegamos hasta aca?" y nos damos cuenta que somos completamente responsables de estar donde estamos. No es hasta ese momento que entendemos que somos increiblemente adictos a la rutina.
Es una droga para nosotros. Nos mantiene tranquilos, sin exabruptos, en un terreno conocido donde nuestro cerebro y nuestras emociones, ya casi no necesitan estar atentas. Que aunque venga pensando en la cena, doble exactamente donde tengo que doblar para llegar a mi casa. Porque siempre hacemos el mismo camino.
Y nuestro cuerpo, y nuestra mente son tan adictos, y se sienten tan comodos con ella, que cuando se los aleja un poco se vuelven en contra de la elección que los alejo de ahi. Piensenlo como un mecanismo de defensa, tanto mental como emocional, contra las novedades. Es que, a pesa de vivir en el siglo XXI, aún somos basicamente primates.
Y, a pesar de que evolucionamos tecnológicamente, aun somos neofobicos. Le tememos a lo nuevo. A lo que no entendemos. A lo que no sabemos que puede hacer. Un miedo irracional, que a veces no vemos o sentimos, pero canalizamos en cada uno de nuestros actos.
Es entonces cuando hacemos cosas para volver al estado anterior. A ese que conociamos y en el que estabamos muy comodos y "fuera de peligro". Sin recordar lo que tanto decimos, "lo único constante es el cambio". Entendemos esa frase, pero no estamos tan dispuestos a aceptarla. Eso significaria aceptar que podemos perderlo todo y tenerlo todo. Que la rutina se termina. Y que tenemos que vivir en el vertigo.
Y, en vez de comenzar a adaptarnos a lo que vendrá, a lo que elegimos (conciente o inconcientemente) que suceda, intentamos sostener aquello que teniamos. Que decidimos soltar, pero que nos daba la seguridad de lo conocido, de la rutina. Una rutina que, por alguna razón, decidimos soltar.
Entonces, nos encontramos intentando mantener algo que quisimos soltar. Inclusive nuestro cuerpo se pone en nuestra contra. Y todo por rehusarse a que todo cambia. A que lo mas maravilloso que tenemos (entre todo lo maravilloso que somos) es nuestra capacidad de adaptación. Que en nosotros, y solo ahí, esta la clave para ser felices, no solo sin importar como, si no también sin importar el resultado. Porque eso también lo hemos elegido.
Pero una vez que lo vamos entendiendo, nos damos cuenta que el dolor también es real. Que los sentimientos no eran rutinarios, eran verdaderos. Y entendemos que nuestra elección no quiere ir en contra de esos sentimientos. Pero si quiere conocer más sobre ellos. Aunque a veces, eso significa elegir lo que en aparencia va en contra de nuestra felicidad.